martes, 27 de octubre de 2015

Magnífica quietud.

Lo que más me une a Ella son esos recuerdos de dicha inexplicable, pero que recorren últimamente todos y cada uno de los complejos laberintos que fluyen a lo largo y ancho de mi especial mundo onírico. Son sueños que, más que de verdad, reflejan ese halo de espléndida belleza, sin defectos ni imperfecciones. La verdad envuelta en pureza infinita, sin manchones de gris, de incertidumbre asfixiante.

Es el Jardín del Edén que mi mente jamás imaginó, mi felicidad nunca sospechó y mi experiencia no logró exprimir con exacta plenitud. Un oasis que se desvanece en las neblinas de la vida, en el despertar del sol otoñal, el levante de mis deseos y frustaciones. Como mi canción preferida de no sé qué época ya marchita, pero intensa en lo más recóndito de mi interior. Es el paraíso de mis anhelos, el cielo de mis pasiones.

Pasado y fantasía se entremezclan en un universo en el que la espuma del mar forma parte del paisaje madrileño, en un ejercicio de auténtica imaginación para el que no existe ni el ocaso de la vida. Nadar volando, volar soñando en un mar de satisfacción que une ríos y océanos, este y oeste, centro y norte, invierno y verano. Es el ansia de auto-realización más complicada, de bucear en baúles de armonía estival, de belleza sin igual. Siguiendo los pasos del destino, de esa aura de genialidad, de ese motor genuino que nos guía inexorablemente, soñando o viviendo, muriendo o naciendo, hacia la excepcionalidad del ego, hacia el puzzle perfecto, hacia las sonrisas de la más brillante luz.

Es el recorrido de tiempos antiguos al correr de poniente, bajo la mirada de poderosas deidades que, en posición arrogante, dan muerte a las flores que nos envuelven en emociones llenas de vida, pero al fin y al cabo efímeras. Es la tierra del siempre jamás, pero el Olimpo de los finales. El rompecabezas del día y la noche, la paradójica conexión entre la libertad y la predestinación, entre el albedrío y la determinación. Es lo irrecuperable, y la alegría que nos depara el porvenir.

Encontrarnos como simples extraños, bajo un cielo claro y un mundo feliz, rodeados de color y musicalidad. La repetición de las estaciones, el ir y venir de los corazones. La intensidad y maravilla que desprenden los recuerdos bajo la sutil capa de los más hermosos sueños.