sábado, 4 de agosto de 2012

Dicen que cuanto más lejos te vas de un lugar querido, más lo echas de menos. Cuanto más tiempo estás fuera de casa, más la extrañas. Que aún las veces en las que te hartas de tu hogar, cuando te aburres y sientes que necesitas un cambio... Aún en esos momentos permanece en el alma una pizca de olor a recuerdo, de sabor a antiguo, de aroma a nostalgia. Un sentimiento de proximidad, de cercanía, de plenitud. La belleza en todo su esplendor.

Un paseo para recordar. Edificios, muchos edificios de diferentes épocas. Un horizonte inacabable, un océano sin fin. Rincones, recovecos, caminos, callejones. Una gran cantidad de materia aparentemente fría, sin atractivo humano. Sí, es solo apariencia. Es un indescriptible paseo marítimo, el más largo de Europa, que conecta las atractivas y animadas calles coruñesas con magníficas y abarrotadas playas urbanas. El Milenium, Riazor, el Orzán, la Casa del Hombre, el Aquarium, las Lapas, la siempre viva y nunca olvidada Torre de Hércules, San Amaro, la Hípica, el dique de abrigo, el castillo de San Antón, la Solana, el Parrote, la Marina.

Un sinnúmero de nombres, de monumentos, de centros sociales, de playas, de simple pero enigmática tierra gallega que esconde tras de sí una historia interminable, milenaria, mítica... Un pasado legendario, fruto de las narraciones orales, alimentado de tradiciones que en origen se mezclaban con lo divino y sobrenatural. Un paraíso perdido, oculto para los ojos de los mortales más mediocres y sencillos, abierto para aquellos aventureros que ambicionan superar la barrera entre lo superficial y lo profundo. Una ciudad solo visible para los soñadores, para los que saben que detrás de lo meramente sensible se encuentra algo grande. Maravilloso.