Mucho calor. Demasiado. Ni un atisbo de
fresca y estimulante brisa estival se aprecia en el interior del lugar.
Asfixiante pero atractivo. Bello.
Madera
blanca. Azul, verde, naranja: coloridos cristales que saludan al
indescriptible mar coruñés desde un cuarto piso. Una estampa
enigmática, una imagen costera, marítima. Un hogar entrañable y
ambicioso a la vez. Único.
Solo
una original galería decimonónica funciona como entrada de la clara luz
solar y del reconfortante aire coruñés. No hay más vanos en la casa que
expulsen al sofocante bochorno interno... Únicamente un tímido patio.
Es una morada antigua, singular, brillante.
Tras
la original galería podemos observar un majestuoso comedor constituído
por un armónico conjunto de elegantes muebles castellanos, el cual ha funcionado
como centro de reunión familiar a lo largo de más de medio siglo. Los
pedestales encierran numerosas obras de porcelana de Sargadelos,
ejemplo del más puro arte cerámico de nuestra siempre querida y
admirada Galicia.
Los techos del magnífico comedor y de la moderna sala de estar se encuentran adornados
por elegantes lámparas de araña, lámparas que no serían nada sin el
recuerdo de unas románticas y luminosas velas. Cuadros, fotografías,
libros de historia y grandes obras de la literatura universal componen
un espacio que ha ido evolucionando de mera residencia de la adinerada
burguesía a escenario de la vida de nuevas generaciones actuales... Jóvenes influidos por una apasionante y contradictoria libertad, a
menudo alejada de un indiscutible y universal orden natural.
¿Y
el resto de la casa? El espíritu de nuevas épocas ha configurado un
nuevo marco hogareño, caracterizado por la simpleza decorativa y
bastante alejado del barroquismo de antaño. ¿El resultado? Sería
aventurado afirmar que la belleza ha desparecido, pero no podemos negar
que resulta menos atractivo que la inigualable parte antigua del
edificio.
Hogar, dulce hogar.