miércoles, 4 de enero de 2012

Dos mundos enlazados.

No es imprescindible que la ciudad de las ciudades tenga que estar bañada por una cristalina agua atlántica. Y no es que menosprecie a la tierra en la que he nacido, ese fantástico lugar en el que el viento sopla dejando un fino olor a mar en cada individuo. El mar, sí, ese fenómeno natural del que cada ser humano se beneficia a su gusto, disfrutando de su suave claridad al hundirse en él. La adecuadamente apodada Marineda por la sublime escritora Emilia Pardo Bazán es, pues, una ciudad claramente marítima por antonomasia. Una importante virtud de la que es poseedora la antiguamente llamada Crunia.

Capital de tan hermosa nación como es la nuestra, el centro exacto del país y casa de la diosa Cibeles carece de tan hermoso océano, por razones de pura evidencia lógica. Pero posee atractivos que hacen sentir la frescura de las cosmpolitas tardes que caracterizan el centro de la urbe. La Gran Vía nos ofrece una imagen bella y grandiosa como importante espacio social, seguida por la Puerta de Sol donde la estatua de un importante rey que lideró nuestro país preside tal importante plaza. Puedo empatizar con cada personaje que pasea por las comerciales calles del casco histórico, sintiendo que tanto gallegos como madrileños compartimos el verdadero espírtu de pertenencia a España.

Tras admirar el arte del Prado y la fachada del maravilloso Palacio Real, un paseo por el Parque del Retiro nunca viene nada mal, pudiendo sentir en nuestro espíritu la brisa del primaveral estanque central. La estatua de aquel hombre que lloró la muerte de su Mercedes nos recuerda a las clases de Historia de 2º de Bachillerato.

¡Qué decir, pues, de tan entretenido lugar! Un espacio repleto de calles donde un café se erige como principal aperitivo mañanero y el geometrismo castellano provoca en el sujeto una clara sensación de estabilidad perfecta. No pretendo vender la imagen de una ciudad utópica, pero sí puedo sentir el calor de un terreno sin igual.

Recuerdos agradables de momentos de la infancia, y patria de un sinnúmero de intelectuales y famosos, Madrid es capaz de transmitir un atisbo de enorme alegría y optimismo.

¿Quién puede olvidar, aún así, la tierra de María Pita y de las galerías de cristal, presidida por la Torre del héroe mitológico y donde nadie es forestero?. Ese lugar alejado de la grandiosidad propia de la principal ciudad española pero repleto de numerosos encantos.

Dos mundos unidos por un mismo sentimiento, por diferentes percepciones, por una ilusión individual pero también colectiva.