sábado, 17 de diciembre de 2011

Siento el frío de diciembre.

He divisado al horizonte una tenue luz que alumbra los corazones de los hombres. Un rayo brillante que desprende calor y felicidad, alegría y satisfacción... Una luz llena de vida, cual infante ilusionado y como un árbol que siempre florece.

Reflejo de un pasado esplendoroso, símbolo de la blancura propia de las nieves del norte. Pero también viva imagen de la oscuridad nocturna. Una noche mágica y cálida, repleta de sonidos musicales y artificios varios.

Allá caminaba erguida pero a la vez tranquila. Se podía leer la calma en su tez, así como se vislumbraban unas enormes ganas de vivir. Un carpe diem que no siempre es fácil de poner en práctica. Un ideal que no perdura en el mar y se torna frío cuando comienza la tormenta.

¿Tormenta? Dijo Eme... Puede que no estemos en una verdadera tormenta... Tan sólo estamos sumergidos en lo más profundo de las aguas y nos empeñamos en no salir de allí. Un fondo que sabe transmitirnos múltiples sentimientos.

¿Para que salir? Realmente ya lo he probado: no compensa. No compensa observar una realidad negativa e infeliz, un mundo dominado por el desamor y el egoísmo. Un mundo en el que lo objetivo no es más que un símbolo de todo lo que en verdad es el propio mundo, es decir, tristeza e imperfección...

La he perdido, pero bajo el mar continúa el sueño. Un sueño que la realidad me ha robado y que la ilusión me ha guardado.