martes, 22 de enero de 2013

El final del comienzo, el principio del fin.

Caminaba solo, inmerso en sus pensamientos, en sus preocupaciones, en su hermoso pero irracional mundo interior. Todo se movía y se paraba al mismo tiempo, el reloj vigilaba desde lo alto riéndose de ellos, de sus esclavos, sus monigotes a los que manejaba como quería, sin piedad, sin sentimiento de culpa. Demasiada gente, demasiados rostros que no reflejan más que la esencia de nuestra sociedad, de un mundo de prisas, de carreras, de apuros, de linealidad ascensional, de supuesto progreso hacia lo alto. Muchas caras, muchas almas agobiadas, cansadas, estresadas, perdidas en un vacío existencial de donde nada ni nadie les puede sacar, ni el más experto psicólogo ni los más profundos consejos. Nada, nadie, nunca.

Él caminaba, acomodado en su sofá de experiencias, de vivencias, de éxitos y fracasos, de aciertos inolvidables y traumas no superados. Corría hacia el metro, el calor era insoportable y la gente le miraba, quizá preguntándose quién era él, de dónde venía y si su aspecto coincidía con el fondo de su mente, de su alma, de su corazón. Igualmente, puede que quizá solo le observaran por curiosidad, por el simple hecho de estar al lado o delante de Él. Pero ellos también estarían sumergidos en sus propios mundos, en sus propios pensamientos, sus propias percepciones, sus propias reflexiones. Almas individualistas y profundamente subjetivas capaces de llegar, sin tener la intención de hacerlo, a un trágico dramatismo que no es más que el fruto de un egoísmo excesivo y un fuerte egocentrismo. No les culpen, errare humanum est.

Podemos escuchar una serie de maravillosas melodías, obra de un gran número de violinistas que están asentados en la mayoría de las estaciones de la capital, dedicados al deleite de una hermosa parte de la vida que tiende a ser minusvalorada por algunos sectores, por aquellos que se creen en posesión de la verdad, los que vigilan, los que controlan, los que se ríen en público pero terminan llorando en privado. Suaves melodías, son capaces de transmitirnos una bella sensación de serenidad, de calma, de tranquilidad... Algo que se echa en falta entre tanto materialismo, entre tanto utilitarismo insensible, vacío, hueco. 

Él seguía caminando, seguía su rumbo, su pasos, un sendero en el que había dejado de creer hace algún tiempo, pero del que volvía a estar seguro, en cierto modo, de querer continuar. Mientras las demás personas, aferradas a sus sueños y motivaciones, continuaban sus trayectos sin hacer caso al camino de Él, Él se estaba dando cuenta de que para conseguir algo grande hay que renunciar a algo pequeño, pero valioso. Se estaba dando cuenta de que para conseguir la felicidad hay que renunciar a las horas, a los minutos, a los segundos. Para conseguir la felicidad hay que renunciar al tiempo, porque el mundo nos ha educado en vivir hacia adelante, y pensando en el porvenir olvidamos algunas cosas del hoy. Sí, es duro renunciar a ciertos aspectos del tiempo actual, pero recuerda... Las pequeñas cosas del ahora, la otra mitad de nimiedades que disfrutamos hoy y que muchas veces no apreciamos, se terminan convirtiendo en magníficos recuerdos del ayer. Y eso, eso es lo importante. Nunca olvidemos que en el recuerdo está lo más pleno, lo más gratificante. Lo que nos hace felices

Que aunque lo que vale la pena nunca se nos da regalado, en el fondo no es del todo complicado ser feliz. Inténtalo, no te arrepentirás. Nunca es tarde