miércoles, 20 de noviembre de 2013

Adiós.

Qué extraño mundo,
tan amante del ayer, descolocado presente.
Escapadas más allá del horizonte,
hacia culturas perdidas, pero fantásticas. 

Eres el ocaso de Europa.
Conexión entre la magia celta por un lado,
y la brillantez árabe por otro.
Francia te saluda con odio y amor a la vez,
mientras seduces con tus contrastes
al mundo que tras el charco descansa.

Tú, anciana Reina de las reinas.
Con un pie en el progreso y otro en la tradición.
Tú eres fiel amiga de la tierra de San Nicolás,
de la aurora del Viejo Continente.
A pesar de la distancia, las estrellas os han unido.
Permanecéis unidas en esencia sin igual.

Elegante dama de los reinos del Norte.
Con tu folklore iluminas territorios enteros.
Bajo tu mirar no se encuentra final,
de un paraíso eslavo, asiático.
De un mundo de oropeles y tragedias.

Lugares exóticos, lejanos,
dorados reflejos de belleza sin fin.
Para los viejos gigantes, eso éramos.
En un mundo que abrazó la decadencia,
ya hace varias primaveras.

Y buceamos en otros universos,
si cabe todavía más alejados.
El destello de los Imperios Faraónicos,
junto al luminoso colorido de los palacios de Aladdín.

También nos perdimos en otros tiempos,
en siglos de poesía sentimental y simbolismo perfeccionista.
En épocas de Libertad absoluta y revoluciones profundas.
Un siglo de Imperios inacabables, y obreros insatisfechos.

Pero no fue nuestro único mundo,
viajamos junto al rey Arturo
y sus indestructibles fortalezas,
al son de la música juglaresca
mientras robábamos junto a Robin Hood
y despertábamos a la Bella Durmiente.

Surcamos un mar embravecido,
pero rico en irrepetibles experiencias.
En colores de Rusia, España.
Destellos medievales, orientales.
En eternas luces decimonónicas. 

Imparable huida, evasión irrefrenable.