jueves, 15 de noviembre de 2012

Volver.

Puede que fuera un sueño, pero yo sé que te veía. Volvía a verte. Después de tanto tiempo, como si nada hubiera ocurrido. Te alegrabas de mi situación, de mi elección... Pensabas que había hecho lo correcto, que había volado a mis anchas, que me había atrevido a dar un salto grande, pero intenso. Algo que siempre te había gustado, que era parte de tu estilo de vida, de tu forma de ser. Te sentías cómoda. Yo más bien me alegré de volver a verte, de volver a hablar contigo, de volver a tener tu presencia.

Miedos. Pesadillas. Esas pequeñas pero dramáticas cosas también han estado presentes aquel día, pues la vida también tiene su parte negativa, lo sabemos. Pero lo importante es que todo volvía a la normalidad: los muebles del salón seguían colocados en su sitio de siempre, el mar seguía vigilando las ventanas de la galería y a las 23:00 de todas las noches seguías leyendo el periódico, después de haber tomado por la tarde un cortado descafeinado en el ahora Café Central. Ella seguía saliendo hasta las dos de la mañana, mientras que Él jugaba
a cualquier videojuego después de haber salido todos juntos a dar un tranquilo y relajante paseo por la ciudad. Lo que parecía haber perdido su eternidad salía de su tumba para colocarse en una nube inacabable, una pequeña pero magnífica nube que se dedica a susurrarle día y noche secretos al sol y a la luna. Secretos interminables.

Es 15 de noviembre, una fecha que cada año ha tenido su especial significado. No importa que ya casi sea invierno, el aire frío desaparece de nuestras percepciones cuando se junta con la belleza veraniega de un brillante y majestuoso sol. Seguimos tomando el sol, como si los límites de las estaciones se disiparan y el mar y el cielo azul conformaran un paraíso sencillo, cálido, acogedor, un ambiente pequeño pero generador de grandeza sin igual. Sumerjámonos en el mar, un océano verde azulado que conforma un círculo sin final, una burbuja de plena felicidad, un espacio que no entiende el paso del tiempo ni diferencia entre lo vivido y lo que nos queda por vivir. Es todo un oasis de calma, de lejanía y cercanía a la vez. Indescriptible pero irremplazable, increíble pero real. Una realidad que se nos escapa al despertar, que reaparece al volver a nacer. Una sensación que desaparece al morir, pues dejando de soñar dejamos de vivir.

Dulces sueños.