viernes, 18 de septiembre de 2015

Dando tumbos.

No saben que es difícil aguantar esa presión, no saben que sus súperhéores en realidad son superyunkies. Yonki del otoño madrileño, de ese sol radiante del ocaso estival, protagonista del clímax de los septiembres. Septiembre, el que cantan Los Piratas cuando los 80 estaban en su apogeo de gloria y libertad, los septiembres de las letras de Green Day pidiendo que le esperaran incluso aunque el cielo se parase. ''Even in the sky is falling down'', como diría Jean Sean bastante tiempo antes de embarcarnos en esta aventura interminable.

La aventura de viajar al fondo de la diversión, al eje central de la variedad, el elitismo, el cambio, la nada y el todo. El viaje hacia ese frío invernal más puro que ninguno, que envuelve el aroma a quietud y serenidad castellana como ninguna Estrella Polar podría haber conseguido ni matando hojas bajo el sol. Olor de juventud en Moncloa, Gran Vía imparable, castiza Malasaña y refinado Salamanca. Atardeceres sin parangón bajo las luces del clasicismo y modernismo de Bilbao y Alonso, del cosmopolitismo al que abre paso La Castellana desde las postrimerías de la ciudad hasta las mansiones que alborean Recoletos. Y todo bajo el brillo de no sé qué diosa que vela por la eternidad de Cibeles, bautizada por Pereza Lady Madrid.

La que se hace llamar estrella de los tejados todavía continúa dando guerra a sus gatos, que siguen maullando bajo su luz, colgados o descolgados del fuego que desprenden sus noches sin fin. Todavía le queda mucha magia que crear desde lo alto de Gymage, desayunando con diamantes en Tiffany's con gin-tonic y cigarrillo de Marlboro en mano como si fuese la alegría más tonta. Porque no sé si Madrid, la ciudad de las ciudades, me convertirá en feo, fuerte y formal, pero lo que sí sé es que sabrá permanecer en mi mente como la mayor generadora de mis felicidades.

Donde se cruzan los caminos, donde regresa siempre el fugitivo. Aquí he vivido también, Joaquín, aquí quiero quedarme.

Pongamos que hablo de Madrid.