viernes, 9 de marzo de 2012

Simplemente verano.

Puedo afirmar alegremente que el día se presenta sin ninguna sola nube en el cielo. Ha amanecido con un brillante y majestuoso sol, estrella de las estrellas. ¡Qué felicidad! Y pensar que algo tan simple y natural como la viva imagen de la luz puede determinar el estado de ánimo de cualquiera... Yo mismo no escapo de ello.

El olor a crema nivea de protección 25 (ideal para no quemarse) y el pegajoso tacto del más infalible bronceador (un inacabable aceite de coco) impregnan cada momento de cualquier día estival. ¡Quién podría borrar los largos paseos ante la playa y los tranquilos reposos esperando a que el sol caliente cualquie tipo de juvenil piel! Nadie que se haya sumergido en un mundo que no es el nuestro, un idílico paraje natural donde los peces son sus habitantes y los arrecifes de coral sus jardines.

Un espacio creado para proporcionar a los corazones humanos las más intensas y contradictorias sensaciones. ¡Imposible comparar el profundo movimiento de un oscuro mar embravecido con la monótona calma de un tranquilo oceáno recién despierto! Ningún ser humano ha podido a lo largo de la historia dominar el hechizo de hundirse en el más relajante universo que puebla la tierra. Es como escapar hacia un lugar desconocido.

Decían los románticos que había mil maneras de huir de la melancólica existencia, siendo la muerte el culmen de los cúlmenes. El espíritu de un joven rebosante de amor hacia el exótico y azulado mar ha visto en este lugar la verdadera forma de evasión de un mundo que no quiere ni puede aceptar tal y como es.

La playa, lugar deseado y ansiado para marineros y piratas, conforma el final de un camino que hemos recorrido sintiendo en nuestro cuerpo el espíritu del agua más reconfortante. Hemos llegado a nuestro objetivo, un espacio bañado por una blanca y fina arena que es la protagonista tanto de los más recónditos desiertos africanos como de las más lujosas playas hawaianas.

Sol, playa, mar... Verano. ¿Qué más se puede pedir?