miércoles, 28 de noviembre de 2012

Imborrable.

Un aparentemente largo pero corto paseo de quince minutos. Las gotas de lluvia se pelean por ser las más rápidas en recorrer los cristales del autobús, mientras que una gran masa de niebla cubre un cielo gris totalmente encapotado. Es diciembre, un nuevo diciembre muy parecido y muy distinto a la vez a todos los diciembres vividos. Un diciembre más, al fin y al cabo, con sus heladas mañanas en las que reluce el sol y sus espectaculares atardeceres frente al mar.

Un pasillo familiar, muy familiar, repleto de libros, carpetas, folios, mochilas y apuntes de diferentes asignaturas, objetos que podemos ver desperdigados frente a unas taquillas que habitualmente se estropeaban con facilidad. Solíamos perder la llave, amontonar miles de hojas rotas o encontrar bolígrafos que hacía mucho tiempo habían perdido su tinta... Sí, solíamos reírnos con cada tontería que pasaba entre las nueve de la mañana y las cuatro y veinte de la tarde.

Catorce años habían pasado, comenzamos jugando con pequeños muñecos allá a finales de los noventa, figuritas que por azares del destino o por mera casualidad terminaban desapareciendo en el abismo de las rejillas del recreo... El querido recreo. Un momento de inacabable diversión en el que nos dedicábamos al deleite de cualquier actividad lúdica, disfrutando de agradables y felices momentos en el antiguo pabellón cercano al Edificio de Infantil. La merienda nunca tardaba en llegar mientras nos dedicábamos a jugar con alegría en los columpios del jardín trasero, perdidos en la inmensidad de tal parcela natural. Perdidos, pero asentados a la vez.

Multitud de obras teatrales a lo largo de toda Primaria, largas carreras por el colegio en las horas de Educación Física, míticas fotos del catálogo que inmortalizaban cada clase... Una vida rutinaria, pero atractiva al fin y al cabo. Juntos aprendimos la pronunciación de las vocales, adquirimos conocimientos de Lengua mediante poemas infantiles y leímos libros con Isidoro en Tercero de Primaria. Cuidamos de los hámsters con Elvira en Quinto, competimos en las ligas deportivas contra las otras clases e hicimos viajes a San Isidro y a Oporto. Imposible olvidar el hecho de que nuestra excursión de fin de curso era siempre un paseo hasta Santa Cristina, eso sí, sin poder bañarnos...

Escuchábamos cada día los gritos de Mariajo en el comedor, la tortilla solía estar siempre desecha y el raxo con patatas nos llenaba los estómagos todos los lunes. Los viernes, por contra, el pescado y el arroz blanco eran la combinación perfecta para perder las ganas de ir a comer. Lo mejor, sin duda, era el plato combinado... ¡Cómo olvidar las colas en la cafetería durante los recreos de la mañana! Los maicitos y las patatas de bolsa conformaban un delicioso aperitivo antes de ir a la tercera clase del día. Una tradición que se repetía cada año, igual que la de sacar a escondidas el pan del comedor.

El vestuario de los chicos solía oler algo mal, las gradas quedaban vacías una vez que crecíamos y cada nueva generación ocupaba el lugar donde fumaban los mayores una vez que estos ya habían partido... Sí, desde lo alto se podían ver miles de pequeños y grandes grupos sentados en círculo frente a las vallas que saludaban a la ría. También ganamos medallas en las Olimpiadas de fin de curso, disfrutamos las canciones y los bailes de las fiestas colegiales y cantamos ''Color Esperanza'' y ''Un beso y una flor'' en la capilla. Nos quejamos del olor a granja del pabellón grande y del frío que solía hacer allí dentro en invierno. Fingimos dar mil vueltas al campo de fútbol cuando en verdad nos escondíamos detrás de la pista de hockey y nos quejamos de lo sucio que estaba el chándal después de mancharnos de tierra un día de lluvia...

Casi nos echaban de la biblioteca por hablar alto, nos escaqueábamos de clase para ir a Geli aunque no estuviera en la enfermería y nos escondíamos continuamente de los vigilantes del recreo(smoking)... Nos quejamos de muchísimos profesores e idolatramos a pocos, pero terminamos añorando a todos ellos, incluso a aquellos a los que habríamos matado si hubiéramos podido. Los últimos años estábamos cansados de volver a empezar, de la misma historia de siempre, de no conocer nada nuevo... Pero no nos dimos cuenta de que cuando nos marchamos echando algo de más, terminaremos regresando por echarlo de menos. Porque igual que a cada promoción, a todos nos ha pasado lo mismo... Volvemos.

Volvemos, aunque solo sea en los recuerdos, en la nostalgia, en la añoranza de un pasado que aunque nunca volverá, tampoco tendrá nunca un final. Santa María:

Desde, por y para siempre.