Es cierto que el poder del tiempo ha encerrado esos momentos en viejos y desfasados cofres, pero la chispa de una fuerte intensidad no se ha apagado todavía. La arriesgada oscuridad de la noche y la fuerte luminosidad del sol al mediodía continúan presentes en su mundo onírico. Los años pasan, y esas imágenes todavía bucean en el interior de sus pensamientos. No se olvida. Ellas pasean alegremente por su subconsciente, dibujando en su mente los bocetos de aquellos antiguos proyectos que todavía Él no había sido capaz de materializar. Coloreando sonrisas sobre páginas doradas, pero inexistentes al fin y al cabo. Solo son sueños...
Era un cielo gobernado por nubes que anunciaban la llegada de relámpagos y centellas, frente a unos leves rayos de luz que harían que los colores del iris se dibujasen en el firmamento. Se encontró con personas que habían formado parte de su vida, en una época que ya pertenecía a aquellos cofres marchitos. La Solana estaba cerca, observando como el tobogán de la vida guiaba sus aguas desde el Reino del Sol Naciente hasta el ocaso del Viejo Oeste. La Rusia Roja dominaba la escena, provocando el temor y los horrores de su querida y fiel guardiana. Se hallaba prisionero de unos ideales, de un mundo que buscaba la libertad y terminó ahogándose en sus propias paredes. Ella le dejó, pero su hermana ocupó su lugar, triunfando en muchas decisiones pero sucumbiendo al poder de un control represivo en otras. Y luego estaba su mano derecha, su fiel presente, que apareció en un lugar macabro para mostrar una imagen impropia de su personalidad, una apariencia de pasotismo y ruin maldad. Le hizo llorar desconsoladamente, pero gracias a Dios despertó.
Le vieron sus estigmas y le arrancaron sus nuevos atributos. No le dejaban ser él. También le hicieron sonreír, soñar, dar saltos de indescriptible felicidad. Bajadas y subidas, pantanos y paisajes, calabozos y palacios. Dicha y alegría, muerte y vida, nunca y siempre. Como la vida misma.