martes, 25 de septiembre de 2012

Perdidos.

Conozco un lugar lejano y a la vez cercano, un lugar que quizá hayas pisado o que quizá no. Un paraje solitario y repleto de gente. Un prado, una playa, una calle desierta. Una nube en el cielo, una estrella brillante, un sol decadente. Un misterioso precipicio hacia el abismo.

He comenzado una lucha que creo que tardaré en terminar, pues desde tiempos inmemoriales los hombres han participado de tal épica, valiente y difícil hazaña. ¿Cuándo entenderán los racionalistas que nuestro rico mundo no sería quien es sin la sin duda indescriptible, hermosa y enorme fuerza del musical mundo sensorial?   Y no debo remitirme únicamente a lo auditivo, pues los conceptos más bellos que podemos apreciar los encontramos también en los restantes sentidos que pueblan y dan forma al extenso universo del ser humano. 

Y es que el poder de la lógica no ha sabido adentrarse en ese mundo en el cual la concepción que tenemos del espacio y el tiempo desaparecen totalmente. Un lugar donde el cuerpo y la mente se desligan, se separan, buscan individualmente su propio camino. El cuerpo, reflejo de un hedonismo y artificio capaces de satisfacer a las más dulces pasiones del hombre, reposa profundamente liberando de su estructura a la verdadera esencia de cada personalidad. El alma huye, vuela libre sobre el mar, se adentra en lugares perdidos, lejanos, irreales. 

Para los apegados a la razón, que suelen superar la fina línea entre lo admisible y el dogmatismo exacerbado,  este hecho tendrá su clara y matemática explicación, totalmente inmutable e inmóvil. Para un servidor, el viaje por otros mundos supone un ejercicio de desafío, de revolución, de libertad en el sentido más exacto de la palabra. Sí, un ejercicio de apasionada libertad. 

Solo los autócratas son capaces de reprimir sus principales características humanas al coartar un concepto demasiado inherente a nuestra naturaleza, que no es otro que la espléndida libertad. Y no olviden, pues, que aquel que extermina a la libertad humana no hace más que aniquilar a los sueños.

Recuérdenlo, sin libertad no se puede soñar.