jueves, 25 de octubre de 2012

No soy de este mundo.

Volver a esa nube, a ese cielo, a esa luna. A ese mar cristalino donde el sol se refleja cada mañana, a ese lago alejado que acaricia las flores de aquel pequeño valle. Volver a esos montes, a esos ríos, a esas pequeñas dunas. A ese bosque lejano custodiado por ancianos y verdes cipreses. A ese océano repleto de arrecifes de corales, de olas gigantes y marineros perdidos. De islas desiertas y barcos hundidos.

Ya es otoño de nuevo, las aceras están repletas de hojas y en los parques se respira frío, mucho frío. Una sensación bella, parecida a la de mirar con nostalgia al puerto de la ciudad. Desde la ventana de aquel hogar, de aquella casa decorada en azul, verde y blanco. De día era un lugar vacío, pequeño, carente de atractivos. De noche se convertía en cuna de la sociedad, en paraíso de las melodías, de las risas, de los sueños. Todo cambiaba, se tornaba colorido, hermoso, brillante, increíble. No era el mundo que todos conocemos, era un mundo ideal. Se juntaban muchas cosas, esparcidas por el universo infinito y enlazadas por una cadena de indescriptibles sentimientos. Irremplazable, inalcanzable.

Cinco años. Seis. Siete y Ocho. Nueve, diez, once, doce. Trece. Todo cambia. Catorce, quince. Felicidad plena, alegría inolvidable. Dieciséis. Crisis existencial, subidas y bajadas, emociones. Diecisiete, recuperaciones, innovaciones, creatividad. 18. Nadie sabe que ocurrirá, que nos deparará la vida. Volver atrás, reencontrarse de nuevo. Con ella, con él. Con todo. Con cada respiro, cada palabra, cada minuto. Con cada sonrisa.




Volver, solo volver.