sábado, 27 de octubre de 2018

Para que brille.

Afrontar el dolor que la vida incrusta en nuestros corazones es tarea dura. Últimamente escribo sobre temas profundos del ser humano porque estoy comprendiendo que las piedras fuertes son la mejor forma de aprendizaje para ser consciente de la realidad, aceptándolas y relativizándolas para saber exprimir el toque de magia que posee la vida.

Utilizo mi ejemplo porque gracias a diferentes experiencias desoladoras una energía poderosa y sublime eleva mi espíritu y me hace celebrar la vida de la más sana de las formas. El ser humano es la especie más brillante que la evolución ha dado; la búsqueda incesante por el perfeccionamiento de nuestras cualidades y nuestro modus vivendi nos define como seres únicos y genuinos. Dentro de nosotros se halla un aura inigualable en la que se mezclan el raciocinio, eje fundamental de nuestra libertad para decidir como exprimir plenamente cada segundo, los sentimientos, salvaguardia de la fuerza más poderosa que la naturaleza ha creado: el amor, y las sensaciones, una energía de equilibrio entre carencia y exceso que nos dota del poder del placer, poder que nos hace alcanzar la cima de lo mágico, de lo sobrenatural.

Y todo este cúmulo de vitalidad nos eleva a ser creativos, artísticos, a imaginar y proyectar metas repletas de belleza que nos acercan a la divinidad sin serlo, y con la autorrealización por bandera; en mi caso las heridas del alma han atentado contra la pretensión de mi esencia por superarse y plasmar enteramente sus potencialidades; fallecimientos, inseguridad infantil y en la adolescencia y traumas sexuales me han llevado a reprimir duramente las emociones negativas, desplazando la ira y la tristeza a otra parte de mi inconsciente, exagerando las sensaciones de felicidad, sorpresa y el asco bajo el terrible dominio del miedo, la emoción más poderosa que existe.

Pretender que el dolor no sea parte de nuestro alma no es la solución para alcanzar la felicidad; reprimir el dolor es producto del miedo, y para hallar la auténtica paz hemos de aceptarlo para que el miedo se disipe. Los verdaderos héroes vencen al miedo aceptando el dolor, no escapan de él por temor. Sólo así consiguen brillar de verdad.

lunes, 22 de octubre de 2018

Me veo en la necesidad de expresar un sentimiento de frustración abismal con la sociedad que nos rodea, y en nombre de la tolerancia y el respeto, para que algún día puedan reinar de verdad. Llevo un tiempo inmerso en continua ansiedad porque me está costando mucho comprender lo que me ocurre.
Perdí a mi padre a los siete años. He vivido toda la infancia bajo un espacio de sobreprotección y otra serie de problemas subyacentes. Siempre he sido, además, una persona de alta sensibilidad. Desde pequeño he sufrido un constante cuestionamiento de mi forma de ser: que si estaba siempre con chicas, que si era poco masculino, etc. Lo peor es que muchas veces de forma inintencionada, de gente cercana y querida. Estas críticas crueles a un niño, junto a la carencia de mi padre y la sobreprotección familiar me hicieron egocéntrico, de una forma patológica. Por supuesto, comencé a sentir atracción sexual por hombres, quizá como un reflejo de la necesidad de tener a un padre y como un intento por ver en otros hombres a un yo ideal, pues al real me hicieron no quererlo. Reprimí estos sentimientos por la intolerancia de una sociedad que únicamente vive de las etiquetas y la imagen. Todo este cúmulo de marcas provocó que me volviese obsesivo. Al darme cuenta de que había reprimido mi homosexualidad, creí haberme liberado al comenzar a aceptarme; aceptarme "relativamente". Porque eso es lo que nos venden, que te aceptes con tus cosas y punto. Que no vayas más allá. Que no intentes autorrealizarte. Debería estar feliz y pleno por aceptarme; pero no consigo ser yo mismo. Y mientras la sociedad carca estigmatiza todo y considera maricón a un hombre más sensible o alejado de los parámetros de "macho alfa", su contraparte, la sociedad progre, hace exactamente lo mismo: os agradezco mucho a todos los que os alegráis porque esté tratando ciertos capítulos de mi vida; pero parad un momento y ved si os sentís bien dando por sentado que por ser de una manera, debo ser homosexual por imperativo. Estoy aceptando algo que es producto de un trauma, y no me siento bien. Estoy peor que antes.
Con esto no quiere decir que critique a los homosexuales. Es que el tema es ese: estoy harto de etiquetarlo todo, de dividir a las personas por su raza, condición sexual, gustos, etc. Estoy harto de roles y estereotipos. Nos han educado en que los hombres deben ser de una manera y las mujeres de otra. Y en lugar de abrir el camino a la tolerancia, el feminismo, el LGTB y todo su entramado ideológico viene a reafirmar todavía más las discriminaciones; todos sois culpables de pensar que alguien es gay por ser amanerado, o de que alguien es lesbiana por ser varonil; es más, los supuestos movimientos de “liberación” enarbolan las diferencias de los no heterosexuales erigiéndolos como raza aparte y suprema. En esta sociedad bélica quien es hombre y dice sentirse mujer puede hormonarse y mutilarse para ser feliz, pero sin aceptarse tal como es; pero quien tiene tendencias homosexuales o dudas, o peor aún, pluma, tiene que salir a la fuerza del armario y aceptarse sí o sí. Las nuevas fuerzas del pseudoprogreso han inaugurado una nueva ideología, la de género, que se retroalimenta con los pensamientos reaccionarios multiplicando así los mecanismos de opresión de la libertad y la verdad.
Al final el tema es que nos han educado en que tener tendencias alejadas de lo establecido es perverso, y a la vez el intento por combatir este cerrazón viene apoyado por una frivolización de la vida: me ha molestado que cuando he dicho que creo que me siento homosexual muchos de vosotros lo dierais por sentando; me culpo también a mí mismo por volver a querer autoetiquetarme. Supongo que al final todo se trata de buscar una falsa sensación de seguridad y amarrarse a un rol identificativo que suplante tu auténtico yo; me encantaría no tener que andar hablando de estas cosas si la sociedad, tanto los retrógrados como la progresía, no utilizaran aspectos de la intimidad de las personas para armar un discurso de verdad absoluta y normas de conducta inquisitivas.
No pretendo parecer víctima de nada, simplemente estoy denunciando que se haya desnaturalizado lo más natural que existe en la vida: el sexo. Si hubiese sido capaz de aceptarme y vivir el sexo sin tabúes no hablaría de esto ahora; pero primero me he reprimido por culpa del pensamiento tradicional, y al final he terminado confundido, pretendiendo aceptar algo que creo que no va conmigo pero que, por dogma de fe para los progres, debo aceptar: o eres una cosa, o eres otra. Absolutismo puro y duro.
Ni heteropatriarcado ni androfobia. Basta ya de nombres e historias. Respeto a todos independientemente de lo que sientan. Un hombre no tiene por qué ser rudo, un gay no tiene por qué ser loca, un hombre sensible no tiene por qué ser gay. Tiene que ser, tiene que ser… creo que en esta sociedad hueca y superflua el “tener que” ha condenado al ostracismo a la idea de “ser”. Y sin el ser, no somos nada.
Me encantaría estar más feliz, pero la imposición conductual de la sociedad me ha confundido en exceso, y he dejado de ser muchas veces. Ahora tocará empezar a ser, sin más.

jueves, 18 de octubre de 2018

Deseos

Luz de vida.
Mundos oníricos,
tierras de dioses,
elfos y brillos.

Vacuidad contra eternidad.
Brisa impávida frente a la negritud,
anhelo irrefrenable de plenitud,
sentir el aura de la inmortalidad.

Firme y puro cual sol de mayo,
radiante el fulgor de sus rayos,
es vigía del cielo, guardián del mar,
sublime melodía, el todo, la inmensidad.

Sentir el cénit de lo infinito,
marchita esperanza la del mortal,
el genio creador no consigue triunfar,
quizá la Gloria es sólo un mito.

Secular deseo del humano,
alcanzar ese clímax de lo mágico,
mas la angustia ha de aniquilar
sus sueños de grandeza y heroicidad.

Pero la esperanza debe prevalecer,
al miedo, la duda, el odio, el mal
la valentía del noble sabe vencer,
tan sólo precisa del arte de amar.

Con valor se puede alcanzar la hermosura
de la más insigne genialidad,
la fantasía, energía viva, lo colosal,
sólo los cobardes renuncian a la luna.

Algunos no comprenden tamaña locura,
mas las almas genuinas que ha alumbrado el orbe,
Cristo, Buda, Ghandi, los grandes nombres,
creyeron en el hombre repudiando la cordura.

Equilibrio en el sentir,
ya no hay límites entre vivir y morir,
el sabio sabe fluir, volar, trascender,
envuelto en la paz ha hallado su fe.

jueves, 15 de marzo de 2018

Destino

Destino, cruel deidad ingrata.
No es obra de magia o ente celestial,
no es drama de Esquilo en discordia.

La fuerza arrolladora e imparable del ser,
ese ímpetu fiero, volcánico,
tan etéreo.

Ese poder vital, vivaz, heroico,
gloria eterna de la plenitud perfecta.
Desprendida de miedos,
pura en brillantez.

Mueve ríos de voluntad triunfal
creando valor,
designios de esplendor.

Todo lo puede,
salvando almas de la hecatombe,
tentando al orden con caos sublime.

Se merece el laurel del Coloso
venciendo a la pasión que no deja prosperar.
No quiere ídolos a los que adular,
devenir excepcional.

Su grandeza es surcar más allá,
enterrar la desdicha del yugo,
renacer como insigne estrella.
Supremo azote de la nada hostil.

Destino, luz cegadora.
Eso eres, magnánimo astro.
Victoria de hombres, derrota del fin.










miércoles, 4 de noviembre de 2015

La velada continúa.

Creo que en estos tiempos de extrañeza, de cambio y serenidad, de infatilismo y madurez, de felicidad y tristeza, los sueños me alegran el alma y liberan fantamas. En estos tiempos de oscuridad y luz, de autorrealización e incertidumbre, de sí y no, verdad y mentira, mi universo onírico me sumerge en sus más hermosos lagos, y es entonces cuando mi corazón escribe versos surrealistas, a la manera del pincel de Dalí. 

Me encanta. Surcar los mares del colegio preguntándome el por qué de lo que ya no es, pero algún día lo fue. El por qué del no, y el qué habría sido. Caras conocidas se funden con las nuevas, sentimientos similares, personalidades afines. Pero no hay una unidad. No hay una conexión clara entre el ayer y el hoy, entre ellos y ellos. Es extraño y paradójico. Pero en esta cascada de nubes el alba y el ocaso se funden en uno, y el cielo se llena de dicha absoluta de lo que, aunque no es real en el mundo del día, sí se metamorfosea en verdad en el paraje de la noche y la quietud.

Teatro Kapital vuelve a ser un teatro, pero diferente al conocido. Todos juntos, en armonía. Una gran complicidad, la que proviene de la sonrisa de Loquillo y sus trogloditas, de El Canto del loco que algún día fuimos. Amistad verdadera, pura en sus vertientes positiva y negativa, verdadera como las raíces de ese árbol centenario, verdadera como la línea de sangre que une patrimonios y reinos, como el amor más sentido e irracional. Desde la urbe gigantesca el miedo se apodera de la nueva unión, se asusta por costumbre, desconfía de la plena felicidad. Después de todo la genialidad infinita jamás ha conseguido asentarse del todo.

Yo deseo crear una historia que hasta el mismísimo Calderón de la Barca disfrutase en honor a su frase, tan perfecta como los amaneceres invernales que brillan bajo el sol. Sobre el mar coruñés que reina en mis recuerdos y conecta mi mente con las sonrisas y lágrimas de mi nostalgia madrileña, de mi innovación anual y mi pesadumbre continua. Y para ello continuamos viajando hacia el patio del Santa María, volando de nuevo de Madrid a casa, saltando arcoiris y granizo, truenos y centellas, luces y sombras. 

Tanto correr nos causa fatiga, tanto soñar, dolor de pasión. Pero, sin duda, la meta ha valido la pena.

martes, 27 de octubre de 2015

Magnífica quietud.

Lo que más me une a Ella son esos recuerdos de dicha inexplicable, pero que recorren últimamente todos y cada uno de los complejos laberintos que fluyen a lo largo y ancho de mi especial mundo onírico. Son sueños que, más que de verdad, reflejan ese halo de espléndida belleza, sin defectos ni imperfecciones. La verdad envuelta en pureza infinita, sin manchones de gris, de incertidumbre asfixiante.

Es el Jardín del Edén que mi mente jamás imaginó, mi felicidad nunca sospechó y mi experiencia no logró exprimir con exacta plenitud. Un oasis que se desvanece en las neblinas de la vida, en el despertar del sol otoñal, el levante de mis deseos y frustaciones. Como mi canción preferida de no sé qué época ya marchita, pero intensa en lo más recóndito de mi interior. Es el paraíso de mis anhelos, el cielo de mis pasiones.

Pasado y fantasía se entremezclan en un universo en el que la espuma del mar forma parte del paisaje madrileño, en un ejercicio de auténtica imaginación para el que no existe ni el ocaso de la vida. Nadar volando, volar soñando en un mar de satisfacción que une ríos y océanos, este y oeste, centro y norte, invierno y verano. Es el ansia de auto-realización más complicada, de bucear en baúles de armonía estival, de belleza sin igual. Siguiendo los pasos del destino, de esa aura de genialidad, de ese motor genuino que nos guía inexorablemente, soñando o viviendo, muriendo o naciendo, hacia la excepcionalidad del ego, hacia el puzzle perfecto, hacia las sonrisas de la más brillante luz.

Es el recorrido de tiempos antiguos al correr de poniente, bajo la mirada de poderosas deidades que, en posición arrogante, dan muerte a las flores que nos envuelven en emociones llenas de vida, pero al fin y al cabo efímeras. Es la tierra del siempre jamás, pero el Olimpo de los finales. El rompecabezas del día y la noche, la paradójica conexión entre la libertad y la predestinación, entre el albedrío y la determinación. Es lo irrecuperable, y la alegría que nos depara el porvenir.

Encontrarnos como simples extraños, bajo un cielo claro y un mundo feliz, rodeados de color y musicalidad. La repetición de las estaciones, el ir y venir de los corazones. La intensidad y maravilla que desprenden los recuerdos bajo la sutil capa de los más hermosos sueños.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Dando tumbos.

No saben que es difícil aguantar esa presión, no saben que sus súperhéores en realidad son superyunkies. Yonki del otoño madrileño, de ese sol radiante del ocaso estival, protagonista del clímax de los septiembres. Septiembre, el que cantan Los Piratas cuando los 80 estaban en su apogeo de gloria y libertad, los septiembres de las letras de Green Day pidiendo que le esperaran incluso aunque el cielo se parase. ''Even in the sky is falling down'', como diría Jean Sean bastante tiempo antes de embarcarnos en esta aventura interminable.

La aventura de viajar al fondo de la diversión, al eje central de la variedad, el elitismo, el cambio, la nada y el todo. El viaje hacia ese frío invernal más puro que ninguno, que envuelve el aroma a quietud y serenidad castellana como ninguna Estrella Polar podría haber conseguido ni matando hojas bajo el sol. Olor de juventud en Moncloa, Gran Vía imparable, castiza Malasaña y refinado Salamanca. Atardeceres sin parangón bajo las luces del clasicismo y modernismo de Bilbao y Alonso, del cosmopolitismo al que abre paso La Castellana desde las postrimerías de la ciudad hasta las mansiones que alborean Recoletos. Y todo bajo el brillo de no sé qué diosa que vela por la eternidad de Cibeles, bautizada por Pereza Lady Madrid.

La que se hace llamar estrella de los tejados todavía continúa dando guerra a sus gatos, que siguen maullando bajo su luz, colgados o descolgados del fuego que desprenden sus noches sin fin. Todavía le queda mucha magia que crear desde lo alto de Gymage, desayunando con diamantes en Tiffany's con gin-tonic y cigarrillo de Marlboro en mano como si fuese la alegría más tonta. Porque no sé si Madrid, la ciudad de las ciudades, me convertirá en feo, fuerte y formal, pero lo que sí sé es que sabrá permanecer en mi mente como la mayor generadora de mis felicidades.

Donde se cruzan los caminos, donde regresa siempre el fugitivo. Aquí he vivido también, Joaquín, aquí quiero quedarme.

Pongamos que hablo de Madrid.